La pregunta va hoy para nosotros




1. II Pedro 1,1-7

a) En la serie de cartas más breves del NT que estamos leyendo, hoy y mañana escuchamos la segunda de Pedro, y después la segunda de Pablo a Timoteo. 

Esta carta se atribuye en su título a Pedro, pero tal vez es una paternidad meramente literaria, como se hacía con frecuencia en su tiempo. 

La página de hoy, el inicio de la carta, es muy dinámica: nos ha cabido en suerte una fe preciosa, ya tenemos lo que se había prometido en el AT, con esta fe recibida en el Bautismo escapamos de la corrupción de este mundo y sobre todo «participamos del mismo ser de Dios»; pero a la vez tenemos que progresar: «crezca vuestra gracia y paz». 

b) Buen programa de vida para nosotros, cristianos. 

Son motivos de alegría y de estimulo para los que hemos recibido «esta fe tan preciosa» y tenemos la suerte de creer en Dios y en su enviado Jesús. Esa fe da sentido a toda nuestra vida. Pedro afirma nada menos que nos hace «participar del mismo ser de Dios», porque Jesús, al hacerse hombre, nos ha hecho a nosotros de la misma familia de Dios y nos comunica su vida sobre todo a través de los sacramentos. 

Además de alegría, estimulo. Porque el programa de Pedro es que vayamos creciendo en gracia y en paz. Los dones de Dios son gratuitos, pero exigen que correspondamos a ellos con nuestra vida. 

Se nos pide que nos esforcemos por añadir «a vuestra fe la honradez, a la honradez el criterio, al criterio el dominio propio, al dominio propio la constancia, a la constancia la piedad, a la piedad el cariño fraterno, al cariño fraterno el amor». Es una sabia mezcla de cualidades humanas y actitudes de fe: un retrato coherente de un cristiano con personalidad propia. Una personalidad que nos hace falta en medio de un mundo que también ahora sigue estando inmerso en la corrupción de la que ya hablaba Pedro.



2. Marcos 12,1-12

a) Estamos leyendo los últimos días de la vida de Jesús en Jerusalén, con una ruptura creciente con los representantes oficiales de Israel. 

En verdad aparece Jesús como una persona valiente, al dedicar a sus enemigos la parábola de los viñadores, con la que les viene a decir que ya sabe de sus planes para eliminarlo. Ellos, desde luego, se dan por aludidos, porque «veían que la parábola iba por ellos». 

La alegoría de la viña, aplicada al pueblo de Israel, es conocida ya desde Isaías, con su canto sobre la viña que no daba los frutos que Dios esperaba de ella (Is 5). Aquí se dramatiza todavía más, con el rechazo y los asesinatos sucesivos, hasta llegar a matar al hijo y heredero del dueño de la viña. 

b) Es un drama lo que sucedió con el rechazo de Jesús. Se deshacen del hijo. 

Desprecian la piedra que luego resulta que era la piedra angular. No conocen el tiempo oportuno, después de tantos siglos de espera. 

Pero la pregunta va hoy para nosotros, que no matamos al Hijo ni le despreciamos, pero tampoco le seguimos tal vez con toda la coherencia que merece. ¿Somos una viña que da los frutos que Dios espera? ¿sabemos darnos cuenta del tiempo oportuno de la gracia, de la ocasión de encuentro salvador que son los sacramentos? ¿nos aprovechamos de la fuerza salvadora de la Palabra de Dios y de la Eucaristía? 

Cada uno, personalmente, deberíamos hoy preguntarnos si somos viñas fructíferas o estériles. ¿Tendrá que pensar Dios en quitarnos el encargo de la viña y pasárselo a otros? ¿no estará pasando que, como Israel rechazó el tiempo de gracia, la vieja Europa esté olvidando los valores cristianos, que sí aprecian otras culturas y comunidades más jóvenes y dinámicas? ¿nos extraña el que en algunos ambientes no nazcan vocaciones a la vida religiosa o ministerial, mientras que en otros sí abundan? 

La Palabra que escuchamos y la Eucaristía que celebramos deberían ayudarnos a producir en nuestra vida muchos más frutos que los que producimos para Dios y para el bien de todos.
Enséñame tus Caminos IV

J. Aldazábal
Tiempo Ordinario. Semanas I-IX. , Vol. 4, CPL, Barcelona, 1996
pp. 240-243

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