Creados para la vida
Hablar o pensar en la muerte nos llena de preguntas y, por qué no decirlo, de un cierto temor. En la
primera lectura escuchamos unas palabras que nos llenan de esperanza :
"La misericordia del Señor no termina, no se acaba su
compasión... El Señor es bueno para los que en él esperan y lo
buscan. Es bueno esperar la salvación del Señor".
Y es que Jesús ya nos ha precedido en el paso
de la muerte a la vida y nos transformará a todos "según el
modelo de su condición gloriosa, con esa energía que posee
para sometérselo todo", como nos ha dicho Pablo. No sabemos
cómo será la muerte, pero tenemos la certeza de que al final
del camino seremos invitados a participar de la vida de aquél en quien creemos.
Celebrar este día nos recuerda que vamos hacia un destino, que nos espera una morada preparada por el mismo Jesús.
Y, aunque la muerte sigue siendo un misterio, se nos invita a mirarla con fe. Dios la ilumina con la muerte y resurrección de Cristo dando sentido a su vivencia. No sabemos cómo, pero la última palabra no la tiene la muerte. Dios nos ha creado para la vida.
En cada Eucaristía recordamos a los difuntos, y no sólo hoy.
En la plegaria eucarística nos sentimos unidos a los "que nos
han precedido con el signo de la fe y duermen el sueño de la
paz", a quienes "durmieron con la esperanza de la resurrección"
y "descansan en Cristo". Recordamos incluso a los que no fueron cristianos, a los difuntos, "cuya fe sólo Dios llegó a conocer". Por todos ellos pedimos a Dios que les conceda su luz y su felicidad.
La mejor oración que podemos elevar por los difuntos es la
Eucaristía. Por eso, en las oraciones le decimos a Dios que se
cumplan en los difuntos sus planes de amor y de vida: "Que
nuestros hermanos difuntos, por cuya salvación hemos
celebrado el misterio pascual, puedan llegar a la mansión de la
luz y de la paz"; "alimentados con el Cuerpo y la Sangre de
Cristo, que murió y resucitó por nosotros, te pedimos, Señor, por tus siervos difuntos...". (Aldazábal)
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