El veneno de la desconfianza

Al principio todo fue bueno, hasta que llegó el pecado y todo cambió. En el texto que nos presenta la liturgia de este día se nos narra la tentación de la serpiente, la caída primero de Eva y luego de Adán, y el cambio inmediato: se sintieron desnudos, empezaron a tener miedo de Dios y se escondieron en su presencia.

Adán y Eva, seducidos por la idea de «ser como Dios en el conocimiento del bien y del mal», faltaron a la voluntad expresa de Dios. Dejaron que la serpiente sembrara en ellos el veneno de la desconfianza.

En este relato está representado y condensado todo el mal que hay en nuestra existencia, la tendencia al orgullo y a la autosuficiencia.

El pecado original lo tenemos todos dentro. Es el que rompe la armonía prevista y querida por Dios en todos los ámbitos, entre Dios y los hombres, entre las personas, entre el hombre y la naturaleza.

Pero tengamos confianza, porque, «Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia». Los creyentes en Jesús, no debemos olvidar que somos pecadores perdonados: «había pecado, lo reconocí, no te encubrí mi delito; propuse: confesaré al Señor mi culpa, y tú perdonaste mi culpa y mi pecado» (Salmo 31). Jesús ha vencido a la muerte y al pecado, nos ha librado, por su Sangre del mal.

Pidamos a María aprender de ella a vivir en actitud de obediencia a la voluntad de Dios en nuestra vida.

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