Nos alimenta uniéndonos a Él
Los apóstoles siguen anunciando a Cristo valientemente, a pesar de todas las prohibiciones. Están dispuestos a asumir los sufrimientos que su misión comporta, siguiendo el ejemplo de su Maestro.
Hacen vida la bienaventuranza que no mucho tiempo atrás les dijera Jesús: «bienaventurados seréis cuando os injurien y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa: alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos» (Mt 5, 11-12).
Empezamos hoy el capítulo 6 del evangelio de Juan, el discurso del Pan de Vida.
Una vez más Jesús toma la iniciativa, conmovido por la fidelidad de la gente, a pesar de que sus apóstoles no están muy entusiasmados con la idea. Está cerca el día de Pascua, y un muchacho aporta los cinco panes y los dos peces que llevaba. Por último la reacción de la gente que quiere a Jesús como rey, entendiendo mal su mesianismo.
Jesus sigue invitando a un mundo desconcertado y hambriento, a la continuada multiplicación de su Pan, que es él mismo, su Cuerpo y su Sangre.
"El milagro no se produce de la nada, sino de la modesta aportación de un muchacho sencillo que comparte lo que tenía consigo. Jesús no nos pide lo que no tenemos, sino que nos hace ver que si cada uno ofrece lo poco que tiene, puede realizarse siempre de nuevo el milagro: Dios es capaz de multiplicar nuestro pequeño gesto de amor y hacernos partícipes de su don. La multitud queda asombrada por el prodigio: ve en Jesús al nuevo Moisés, digno del poder, y en el nuevo maná, el futuro asegurado; pero se queda en el elemento material, en lo que había comido, y el Señor, «sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey, se retiró otra vez a la montaña él solo» (Jn 6, 15). Jesús no es un rey terrenal que ejerce su dominio, sino un rey que sirve, que se acerca al hombre para saciar no sólo el hambre material, sino sobre todo el hambre más profunda, el hambre de orientación, de sentido, de verdad, el hambre de Dios" ( Benedicto XVI)
Pidamos al Señor que nos ayude a redescubrirle en la Eucaristía, para estar cada vez más unidos a Él «no es el alimento eucarístico el que se transforma en nosotros, sino que somos nosotros los que gracias a él acabamos por ser cambiados misteriosamente. Cristo nos alimenta uniéndonos a él; “nos atrae hacia sí”» (Exhort. apost. Sacramentum caritatis, 70).
Pidamos que a nadie falte el pan de cada día.
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