Para desear comer es imprescindible tener hambre

No es nada nuevo en Jesús que ahonde en nuestro corazón hasta hacernos tomar conciencia de nuestra necesidad más profunda, poner al descubierto la necesidad más latente, más radical de nuestra vida. Y no hay nada más vital que el hambre y la sed...

Él mismo se propone como pan de vida, algo esencial, indispensable, insustituible para la existencia. Y no habla en sentido metafórico, dado el escándalo que provoca en quienes le escuchan.

Cuántas veces dice una madre a su hijo, "te comería".  Y que es ese deseo de "comer" a la persona amada entra en la lógica del amor, en el deseo de asimilación, e implica cercanía, comunicación, identificación."El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna... El que come me carne y bebe mi sangre, habita en mí y yo en él".
 
Por medio de la fe en Jesús que se nos da como alimento, somos "descentrados", nuestra morada está en Él. Miremos con agradecimiento lo que su amor ha preparado para nosotros: una mesa, pan y vino, una "simple" realidad cargada de vida.

"¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?", se preguntaban, escépticos, los judíos. Pero es que Dios es siempre sorpredente y tenemos que andarnos con cuidado, porque el escepticismo, del que nunca estamos del todo libres, enmascara el miedo. Y quizá, el miedo, no es tanto al "milagro" en sí de comer su carne, sino a nutrirnos de un alimento que equivalga a entrar en sintonía con los sentimientos, los pensamientos y las acciones de Aquel a quien comemos. Nos da miedo una vida entregada, porque quizá hemos intuido que el "Pan de Vida" posee una fuerza de transformación excesivamente comprometedora con el Resucitado. 

Pero este alimento nos nutre para vencer la debilidad, el cansancio, nos impide la huida. Es el pan que quita las excusas que impiden los compromisos. Es el que nos da la fuerza para realizar aquello que nos pareceía imposible. Es quien nos ayuda a vencer nuestros límites, a encontrar nuestra verdadera estatura...

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