A la luz tenue de Belén

Las lecturas que se proclaman hoy nos centran en lo que celebramos realmente en este tiempo de Navidad: el misterio de Jesús, el Dios encarnado.

No hay mejor modo de acabar el año y disponernos para comenzar el siguiente, que tener presente a Jesús como centro de la historia y de nuestra vida. Para eso se encarnó, para redimirnos y comunicarnos su propia vida. Eso es lo que da sentido a todo.

Terminar un año y empezar otro en el ambiente de la Navidad nos invita a pensar cómo estamos respondiendo al plan salvador de Dios. Necesitamos tomarnos algún momento, ponernos delante de Él y revivir a su lado este año, para que así nuestra historia no se desvíe de ese Niño nacido en Belén, que es la Palabra y la Verdad y la Vida.

No estaría mal, a la luz tenue del portal de Belén reflexionar si nos estamos dejando iluminar por su luz, si permanecemos fieles a su verdad y si nuestros pasos se mantienen firmes en su camino.

En la Eucaristía de hoy demos gracias a Dios por todo lo bueno recibido de él a lo largo del año, pidamos perdón, porque a veces no acabamos de acogerle plenamente en nuestra vida.

Terminemos el año con la alegría que poseemos los cristianos, que el Hijo de Dios se ha hecho hermano nuestro, nosotros somos sus hermanos y hermanos entre nosotros, y a la vez hijos del mismo Padre del cielo.

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