Parece que en nuestro mundo no hay muchas razones para la alegría. No podemos el mal presente en el mundo, que asume tantas formas ofensivas y crueles. Y mucho menos olvidar el sufrimiento de tanta gente, las tragedias, las violencias, las injusticias... Pero hay un motivo para estar alegres que no podemos perder de vista , y es fundamental: el Señor no nos ha abandonado. Al contrario, se abre paso entre tanta miseria, para traer una alegre noticia a todos los que, de un modo u otro, sufrimos. El Bautista, reconoce honestamente quién es, y desde su realidad deja actuar a Dios en su vida. Y es que no nos acabamos de enterar que la acción de Dios se desarrolla siempre en lo oculto y en lo pequeño. Este tercer domingo de Adviento nos sitúa ante una realidad que nos tiene que llenar de alegría en medio de la dificultad, del dolor, del a veces sinsentido en el que nos movemos, que el Niño ante el que nos postraremos en unos días sabe a qué...